Compramos instrumentos nuevos en
cuanto pudimos.
Todos queríamos estrenar algo.
Ya estaba bien de tocar con
cacharros viejos de segunda mano.
Compramos un equipo de voces para
que Juan no se desgañitara (una etapa de 200 W, una mesita de 6 canales con
reverb, y dos cajones gordos).
A partir de entonces, el “sí sí
hola probando…” empezaba a sonar a conjunto de verdad.
Más tarde, nos hicimos con una
guitarra Stratocaster , un bajo Jazz-Bass y una batería Rogers.
La guitarra y el bajo, sin
problemas, no había más que enchufar, afinar y a disfrutar. Pero la batería
venía en una caja enorme de corcho blanco, desmontada y con el manual de
instrucciones en inglés.
Regamos los tambores, los aros,
los tornillos y tantísimos hierros por el suelo y nos pusimos todos a montar el
rompecabezas. Para colmo y como todos
los inviernos, se fue la luz, y con la luz de las velas, aprieta, afloja,
cambia, esto no entra… conseguimos montar la batería Rogers, negra, preciosa…
Y después de recoger los
tornillos que sobraron y contemplarla un buen rato, Altami nos hizo un solo
para bautizarla.
A los tres años descubrimos que
las patas del bombo estaban al revés…
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